"Recibir el Premio Ondas Globales del Podcast “Diez Mujeres, caso Fátima” esta noche es más que un honor; es una llamada a la conciencia colectiva. Este reconocimiento, lejos de ser solo mío, pertenece a la memoria de mi amada Fátima Varinia Quintana Gutiérrez y a También me gustaría dedicarlo a mi hijo Daniel Emiliano Quintana Gutiérrez, víctima colateral del feminicidio de su hermana, quien fuera arrastrado a un desplazamiento forzado que revela la brutal falta de garantías de no repetición en México.
El sistema que supuestamente debía protegerlo, las medidas que se suponía que debían salvaguardar su vida, fueron las mismas que, de manera irónica y cruel, causaron su muerte. Nos vimos obligados a dejar nuestra ciudad, nuestro hogar, en busca de seguridad, solo para encontrarnos atrapados en un laberinto de negligencia e injusticia.
En México, no existe un mecanismo efectivo que nos asegure la no repetición de estas tragedias. Las víctimas colaterales como Daniel sufren no solo la pérdida de sus seres queridos, sino también la ausencia de un sistema que garantice su seguridad futura. Este vacío institucional condena a las familias a un ciclo interminable de desplazamiento y vulnerabilidad.
Las familias desplazadas como la nuestra enfrentan un tormento inimaginable. No solo perdemos a nuestros seres queridos, sino que también perdemos nuestra estabilidad, nuestra identidad, nuestra paz. Nos vemos forzados a iniciar una nueva vida en un lugar desconocido, sin red de apoyo, sin recursos, sin esperanza.
Los niños, como Daniel, son los más vulnerables en esta situación. Después de presenciar la tragedia del feminicidio de un familiar, se ven privados del derecho fundamental a desarrollarse libremente. Sus sueños, sus esperanzas, su inocencia, todo se desvanece en medio del caos y la desesperación.
Nadie elige estar en esta situación. Nadie merece sufrir esta pesadilla interminable. Pero nosotros, como tantas otras familias en México y en todo el mundo, hemos sido obligados por las circunstancias, sin opción, sin alternativa.
Es crucial que el mundo comprenda la magnitud de esta crisis. Que entienda que el feminicidio no solo mata a sus víctimas directas, sino que también destruye a las familias enteras, a las comunidades, a la sociedad en su conjunto. Que vea que la justicia no es un lujo, sino una necesidad urgente para detener esta espiral de violencia sin fin.
Que este premio sirva como un faro de esperanza en medio de la oscuridad, como un recordatorio de que nuestra lucha no ha terminado. Prometo que seguiré alzando mi voz, junto a todas ustedes, hasta que cada una de nuestras hijas reciba la justicia que merece.
Gracias, de todo corazón, por este honor y por recordarnos que la lucha continúa.
¡No nos olvidemos de las víctimas! ¡No permitamos que nos silencien!
Con amor y gratitud, Lorena Gutiérrez Rangel"
Lo que viven los familiares de las víctimas con las instituciones y la comisión de víctimas
A quién corresponda:
Lorena Gutiérrez Rangel, madre de Fátima Varinia Quintana Gutiérrez, víctima de feminicidio en Lerma, Estado de México, y Daniel Emiliano Quintana Gutiérrez, víctima de negligencia médica en Monterrey, Nuevo León.
A lo largo de casi nueve años, mi familia y yo hemos experimentado la adversidad de un sistema que, en ocasiones, parece más interesado en protegerse a sí mismo que en garantizar la verdad y la justicia para las víctimas. No obstante, seguimos firmes en nuestra búsqueda, rechazando formar parte de una trata institucional de víctimas que no hace más que perpetuar el sufrimiento. La lucha por justicia en los casos de mis hijos nos ha expuesto a la violencia institucional, la incomprensión y la falta de apoyo por parte de las instituciones que deberían velar por la salud y el bienestar de cada ciudadano.
Me dirijo a usted con profunda consternación y decepción tras mi reciente experiencia en la Comisión de Víctimas del Estado de México. El propósito de esta carta no es recordarles mi dolor, sino expresar mi indignación por el trato recibido por parte de su personal.
El pasado primero de abril, acudí a las instalaciones de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas del Estado de México, ubicadas en Paseo de los Cisnes no.49, col. La Asunción Metepec, en busca de apoyo y orientación, como lo he hecho en numerosas ocasiones desde la pérdida de mis hijos. Sin embargo, en lugar de encontrar el amparo y la comprensión que tanto necesitaba, fui recibida con desprecio y crueldad por parte de la titular de la unidad de Trabajo Social, quien responde al nombre de Sandra Paola de la Cruz Puga, quién se encontraba en compañía de José Benjamin Aguilar Martínez, Titular de la unidad del fondo. Este día, no solo fui recibida con una sonrisa burlona y despectiva, sino que además, al manifestarle el motivo de mis preocupaciones, Sandra Paola realizó cuestionamientos sobre mi salud mental de manera burlona, situación que no le compete ni debería importarle, como si la tragedia que he vivido no fuera suficiente para justificar mi dolor y mi búsqueda de justicia.
Es importante que entiendan que no estoy aquí para victimizarme más, sino para exigir un trato digno y respetuoso por parte de las instituciones gubernamentales que, en teoría, están diseñadas para proteger y apoyar a personas como yo, que hemos sido golpeadas por la violencia y la negligencia. Casos que, lamentablemente, son ejemplos de las fallas sistemáticas que aquejan a nuestro sistema de justicia.
Es inaceptable que, en lugar de recibir ayuda, una vez más me vea enfrentada a la violencia institucional y a la revictimización por parte de aquellos que deberían estar a mi lado en esta lucha. Las personas encargadas de atender a las víctimas deben actuar con sensibilidad, perspectiva de género y empatía hacia quienes ya hemos sufrido. No deben convertirse en perpetuadores de la injusticia y la crueldad que tanto intentamos erradicar de nuestra sociedad.
Exijo que se tomen las medidas necesarias para garantizar que ninguna persona que acuda en busca de ayuda vuelva a ser tratada de esta manera. La revictimización no solo es moralmente aborrecible, sino que también perpetúa el ciclo de violencia y sufrimiento que tanto intentamos romper. Confío en que tomarán las acciones pertinentes para rectificar esta situación y asegurar que todas las víctimas reciban el apoyo y la justicia que merecen.
El desgaste que sufren las familias de las víctimas es inmenso. La angustia de no tener certeza en las sentencias definitivas es un tormento constante. No estamos aquí por elección o gusto; estamos aquí por una exigencia legítima de justicia. Nuestro caminar está lleno de dolor y sufrimiento, obligadas a enfrentar a un sistema que no nos apoya, sino que nos revictimiza.
Nos vemos obligadas a compartir estos espacios con asesinos y personas que jamás deseamos conocer. Purgamos condenas a la par de ellos porque el estado fallido ejerce violencia institucional en contra nuestra, obstaculizando el acceso a la justicia de todas las maneras posibles. La impotencia es indescriptible; desde la muerte de Fátima, han asesinado a más de 30,000 mujeres y niñas en este país. Mi lucha de nueve años no ha logrado detener esta ola de violencia, y las autoridades continúan obstaculizándonos.
El desplazamiento forzado interno y el feminicidio infantil son crímenes de lesa humanidad, y la revictimización de las familias y los huérfanos es una traición imperdonable.
Atentamente,
Lorena Gutiérrez Rangel
Mi nombre es Lorena Gutiérrez Rangel. Mi hija Fátima Varinia Quintana Gutiérrez fue víctima de feminicidio en Lerma, Estado de México, en febrero de 2015, cuando tenía solo 12 años de edad, y desde entonces, junto con mi esposo, seguimos buscando justicia para ella. Como consecuencia de aquel horrible suceso, la salud física y emocional de otro de mis hijos, Daniel Emiliano, el más pequeño, quien tenía solo 10 años cuando mi Fátima fue asesinada, fue decayendo, al punto de requerir atención de emergencia, solo para finalmente fue asesinado por negligencia médica. Estoy aquí ante ustedes para hacer un llamado de solidaridad y sororidad para con las luchas que emprendemos todas las mujeres, ya sea como obreras, indígenas, estudiantes, profesionistas, feministas, mujeres que trabajan en su hogar, que son explotadas sexualmente, o madres de víctimas de feminicidio y desaparición.
A lo largo de ya 6 años hemos transitado por lugares e historias que creíamos imposibles. En México, a las niñas las violan, las secuestran para fines de explotación sexual, las torturan, las matan. Las niñas son un eslabón olvidado de la sociedad, de la política, sin reconocimiento como sujetas, si las violan, las obligan a parir, si las matan, disminuyen su muerte porque apenas eran unas niñas. Y si por suerte, y así lo digo, por suerte, no sufren algún tipo de violencia extrema, están prácticamente destinadas a crecer en un ambiente violento, misógino y patriarcal en su contra.
La mayoría de las mujeres en este país sufren un primer ataque violento, casi siempre sexual, cuando son niñas, la mayoría de ellos perpetrados por personas cercanas, familiares o amigos. Las niñas tienen que enfrentarse a una desigualdad estructural toda su vida, en sus escuelas, en sus comunidades y, en no pocas ocasiones, en sus trabajos. La educación y la cultura permea en el uso de sus cuerpos como objeto, las niñas se desarrollan en un ambiente que en mayor o menor medida, siempre es hostil hacia ellas, por el sólo hecho de ser mujeres, con la agravante social de ser niñas.
Entonces, ¿qué significa un feminicidio infantil? A mi parecer, significa la forma más terrorífica del sistema patriarcal. Significa que ninguna niña en este país puede tener independencia y libertad de ir y regresar de su escuela sola, que no tienen derecho a la vida, a su libertad personal, al libre desarrollo de su personalidad. Siempre están amenazadas en sus espacios íntimos, en sus espacios de convivencia, en sus espacios educativos. Significa que la sociedad y los gobiernos tienen una gran deuda con ellas, porque no han logrado cumplir con su obligación de protegerlas y darles la certeza de la seguridad y la confianza de existir, de pensar, de soñar, de ser libres. Para mi significa que el Estado no cumplió con su obligación de proteger a Fátima, y sigue sin cumplir al negarle la justicia y la verdad, ahora también a mi hijo Daniel.
No obstante, como si el profundo dolor que nos ha causado la muerte de nuestros hijos no fuera suficiente, hemos sido víctimas de una larga y permanente violencia institucional, luego de sufrir agresiones físicas, ataques a nuestra casa, y amenazas de muerte, lo cual nos llevó al desplazamiento forzado. ¿Qué significa ser desplazada? Les puedo contar que yo tenía una buena vida en la comunidad donde habitábamos, tenía mi negocio, mi casa, mi familia y amistades; me sentía parte de una comunidad, cercana a mis vecinas y amigas, a mi familia extensa, era parte de un proceso colectivo que, quizá sin darme cuenta en ese momento, era parte esencial de nuestra existencia.
Pero todo eso se acabó cuando tuvimos que irnos de ahí, porque en sus entrañas, eso significa el desplazamiento, implica deshacer una comunidad, quebrar los lazos de amistad y de solidaridad que se tejieron durante años, significa acabar con la tranquilidad de muchas familias, significa arrancarnos una parte de lo que somos, porque nosotras también somos territorio. Y poco a poco, la comunidad se va deshaciendo, poco a poco, nosotras también la vamos olvidando, porque la posibilidad de regresar se convierte en algo poco posible, tanto porque la amenaza sigue, como porque una se va desarraigando de lo que fue.
Mi caso, el caso de nuestra familia no es aislado sino la regla. Es parte de un ataque generalizado y sistemático contra la población, un proceso de conductas inhumanas reiteradas, que no son atendidas con diligencia y que nos obligan a huir, a vivir con el temor de regresar, nos obliga a destruir nuestras raíces, nuestros lazos comunitarios, y por eso afirmo que es un crimen de lesa humanidad.
Aunado a ello, les puedo contar de la dificultad de conseguir asilo en otro país. Justamente la ausencia de un régimen jurídico y de protección para quienes somos víctimas de desplazamiento forzado interno, nos complica la posibilidad de esta solicitud. Al no encontrarnos, supuestamente, en un estado de conflicto interno o armado, suponen que el riesgo de vivir aquí no está suficientemente acreditado. Y yo pregunto ¿Quién puede medir ese riesgo en esta situación tan compleja de violencia en la que nos encontramos? En este país matan a 9 mujeres cada día. Ser mujer en México significa que cada día tendrás la duda de que regresarás con vida a casa, ser niña las pone en un doble o triple estado de vulnerabilidad, pero eso no se considera como elemento suficiente para solicitar asilo.
Además, el trámite burocrático siempre requiere ayuda y ese apoyo, al menos en nuestro caso, ha sido muy complicado de conseguir, muchas personas nos han dicho que nos ayuda a salir del país, pero nadie ha hecho nada concreto para que lo logremos. Sin ese apoyo, no es posible lograrlo, porque tampoco se garantiza, por parte del Estado mexicano, que el acceso a este derecho sea legal, definitivo, y efectivo. No tenemos propiamente una categoría legal como desplazados, por lo tanto no contamos con un régimen de protección que nos pudiera otorgar el derecho internacional. Esta es una oportunidad del Estado mexicano de reconocer y crear un marco jurídico para atender, proteger y asistir las necesidades especiales que requerimos las personas y familias desplazadas, y de cumplir con su obligación de garantizar nuestros derechos.
Termino diciendo que esta lucha por justicia para Fátima y Daniel me ha abierto los ojos a otras víctimas, y se ha convertido en una lucha por todas, para que ninguna otra niña o niño tenga que sufrir hasta el último aliento lo que sufrieron mis hijos, para que seamos conscientes de que la violencia y la indiferencia están quebrando los tejidos profundos de México, y esto es una estrategia consciente para quebrar a nuestras comunidades. Pero no quebrarán nuestro espíritu ni nuestra fortaleza, porque juntas llegamos hasta aquí y juntas seguiremos, hasta que la dignidad, esa bella dignidad que tenían mis hijos, se haga costumbre.
De malditos y malditas
Las víctimas en este país, violento, insensible, y profundamente cruel, buscamos desesperadamente justicia, verdad, y digna memoria. Nosotras, como familias, merecemos un trato digno que acompañe nuestra lucha en pos de estas tres garantías, y a veces confiamos en las personas equivocadas, creyendo que empatizan con nosotras, con nuestras personas amadas, y con nuestra causa. No pedimos a la sociedad más que ayuda para visibilizar nuestros casos, de modo que la presión obligue a las autoridades a hacer lo que les corresponde.
En este largo caminar como madre de dos víctimas, mis pequeños Fátima Varinia y Daniel Emiliano, una muerta por feminicidio y el otro por negligencia médica, he conocido a muchas personas, hombres, mujeres, funcionarias, activistas, e incluso periodistas, que han tratado de sacar provecho de nosotros, de nuestras tragedias, debilidades, y necesidades, para alimentar su ego, sus cuentas, y su poder político e influencias. Con el tiempo uno suele desarrollar cierto olfato para detectarles, pero a veces nos falla, y llegamos a creer en sonrisas mentirosas y promesas vacías. En este sentido, la última desilusión que mi familia y yo nos llevamos se llama Saskia Niño de Rivera.
Saskia acudió a nosotros a principios de 2022 con la intención de incluir la historia de mis niños en un libro donde, según nos dijo, recopilaba varios casos de feminicidios. Esta idea no es nueva. Desde que en 2017 el tema del feminicidio cobró fuerza en medios internacionales, y se puso sobre la mesa de discusión en cada hogar, foro, e institución, muchas personas han querido hacer compendios de este tipo, donde simplemente se exhiben los casos superficialmente, para alimentar el morbo, pero en realidad no se profundiza en ellos, ni en la problemática en cuestión. En este tipo de publicaciones nuestras hijas se convierten solamente en una historia dramática más, donde se le da un peso exagerado al feminicida, para seguir alimentando ese discurso estéril de “los buenos contra los malos”.
Y tal y como otras personas lo habían hecho en el pasado, Saskia agregó un plus para convencernos, hablándonos de como su alcance y trayectoria podrían beneficiar el caso de mi niño Daniel, el cual aún no ha iniciado proceso jurídico, presionando a las autoridades de Nuevo León, donde mi hijo murió. Confiamos tanto en ella que, cuando nos pidió que la pusiéramos en contacto con otras familias, pues nosotros éramos la primera invitada para exponer su caso en el libro (de pura palabra, sin acuerdo escrito de por medio), la contacté con otras madres que, al igual que yo, lloran por el feminicidio de sus hijas, y necesitan ser escuchadas.
La sorpresa y desilusión vino la semana del 2 al 7 de octubre del mismo año, cuando supimos, no por ella, varias cosas que nos parecen alarmantes, re victimizantes, y sumamente ofensivas e insensibles: Que el título del libro era “Maldita entre todas las mujeres”, que no se nos facilitaría un ejemplar, que mi esposo y yo ya no éramos bienvenidos a la presentación del mismo, ni ninguna otra familia, pero que asistirían a dicho evento el Gobernador de Nuevo León, Samuel Alejandro García Sepúlveda, acompañado de su flamante esposa, Mariana Rodríguez Cantú, con quienes le expresé a Saskia nuestro deseo de conseguir una audiencia para tratar el caso de mi hijo Daniel.
Por si esto no fuera suficiente, la estocada se vio consumada cuando supimos que dentro de las 256 páginas que componen esta abominación, cuyo verdadero objetivo es evidentemente favorecer la carrera de Saskia, se encuentra una entrevista donde da voz a Josué Misael Atayde Reyes, uno de los tres feminicidas de mi hija Fátima, la cual nunca fue planteada a nosotros, y se hizo sin consultarnos al respecto, lo cual no era una obligación, pero si una cuestión de ética profesional. Otra mamá entrevistada por Saskia incluso le regresó el texto cuando se lo enviaron para que lo aprobara, pues le habían dicho que lo que se publicaría sería una transcripción de la entrevista, y lo que le mandaron fue una versión demasiado libre y telenovelesca de los hechos, donde se hablaba más de las personas implicadas en el feminicidio de su hija que de ella misma.
Hay muchos puntos graves en todo esto, en los cuales me gustaría profundizar. Primero, darle voz a los feminicidas, para que cuenten su versión de la historia, es poner entredicho no solo el feminicidio mismo, sino a nosotros como familia, que desde un principio hemos defendido una sola verdad: Josué Misael Atayde Reyes, en compañía de su hermano Luis Ángel, y de José Juan Hernández Tecruceño, asesinaron a nuestra niña con total premeditación, alevosía, ventaja, crueldad, y brutalidad, lo cual quedó demostrado durante cuatro juicios, razón por la cual los tres fueron sentenciados, Luis Ángel a 74 años de prisión, José Juan a prisión vitalicia, y Misael a tan solo 5 años de internamiento, no reclusión, por ser menor de edad al momento de los hechos (tenía 17).
¿Qué pretendía escuchar Saskia de el? ¿Qué es inocente, o que se arrepiente? Su culpabilidad quedó demostrada, más allá de toda duda, y su falso arrepentimiento no es suficiente castigo por haberle arrebatado la vida a mi niña, a quien nada nos va a regresar. La periodista Paola Rojas Hinojosa, otra invitada de lujo a la presentación de este escarnio para las víctimas y sus familias, escribe el día lunes 17 de octubre, sin la más mínima perspectiva de género, en su columna de El Universal “Sacude leer las razones de un asesino, su contexto, sus miedos y dolores. Odiarlo no evita que haya más como el, mientras tratar de entenderlo sí.” ¿Esto no es pretender que sus lectores empaticen con el asesino de mi hija? ¿No supone eso ya un riesgo en un país tan profundamente misógino? ¿Cómo nos deja a nosotros, como familia de Fátima, y a otras miles de familias, leer al “pobrecito feminicida”? ¿De qué nos vio cara Saskia?
Luego, las familias a las que medianamente entrevistó, porque jamás profundizó en lo dicho, y casi todo el contacto se dio mediante su asistente, no merecemos el desdén de primero haber sido invitadas a la presentación del libro para luego informarnos, de nuevo mediante su asistente, “que siempre no”. No hubo la cortesía de una visita o una llamada por teléfono de ella, personalmente, para extendernos la invitación, así como tampoco tuvo la sensibilidad o la educación de ser ella quien personalmente nos dijera que nuestra presencia ya no era requerida (más bien, bienvenida). Ya no hablemos de tener una copia del libro donde se habla de nuestras hijas, por el cual Saskia, una de las cien mujeres más poderosas de México, según la revista Forbes, va a recibir aplausos y felicitaciones, además de cobrar una buena suma por ello.
El día de la presentación, el lugar que nos corresponde a las familias de las víctimas con las que Saskia rellenó su compendio seguramente será cedido a políticos y artistas de renombre; la élite “fifí” a la que tanto defiende, pues ella misma pertenece. Nos duele aceptar que, una vez más, fuimos discriminados por quien dijo entendernos y apoyarnos. Lo peor para mí fue saber que quien si tendrá un lugar privilegiado será el Gobernador de Nuevo León, razón de peso para que mi presencia y la de mi esposo sean rechazadas, con tal de no incomodar a la realeza regia con nuestras “absurdas” exigencias de justicia por la muerte de Daniel.
Otro de los invitados de lujo es el Presidente de la Suprema Corte de la Nación, el juez Arturo Fernando Zaldívar Lelo de Larrea, a quien yo tenía en el mejor de los conceptos. ¿No se dio cuenta el, al escribir el prólogo, de la enorme re victimización a la que en sus páginas se nos sometía? Basta con leer el título “Maldita entre todas las mujeres”, el cual fue “justificado” en la publicidad bajo el argumento “No es maldita la mujer asesinada porque era malvada, sino porque cayó sobre ella la maldición de ser víctima de un feminicida.” Ninguna de nuestras hijas está maldita, y a una mujer no la asesinan por ser “malvada”. Existen cuestiones estructurales y sistémicas para entender el feminicidio como un terrible fenómeno social, pero el llamar “malditas a nuestras hijas, y a nosotras, no solo es infame y doloroso, sino estúpido.
Desgraciadamente esta re victimización parece estarse convirtiendo en un patrón para la Suprema Corte de Justicia de la Nación; no olvidemos que hace poco produjeron la infame serie “Caníbal: Indignación total”, la cual se cuenta desde la perspectiva de Andrés Filomeno Mendoza Celis, mal llamado “Monstruo de Atizapán”. Apenas el mes pasado me reuní con la señora Luisa Castillo, mamá de Rubicela Gallegos Castillo, una de sus víctimas, a quien acompañé a una de las audiencias en contra de este individuo. A propósito de esta serie, mientras estaba en la audiencia, me preguntaba cómo se sentiría la señora Luisa al ver que había una serie dedicada a él, y poco o nada para su hija, y el poco tacto que se había tenido para darle voz al feminicida. Ahora que me encuentro ante otro de los monstruos producidos por la Suprema Corte de Injusticia de la Nación, donde también se le da voz a uno de los asesinos, esta vez de mi hija, entiendo mejor a mi compañera.
Saskia seguramente querrá dar respuesta a lo que aquí escribo, usando sus numerosas y concurridas plataformas para limpiar su nombre, pero yo no pienso entrar en el juego de estar respondiendo. Lo que aquí expreso queda plasmado para la posteridad, y lo que ella hizo no puede ser borrado. Tampoco estoy dispuesta al diálogo; ella misma cerró esa puerta con acciones tan mezquinas no solo contra nosotros, la familia Quintana Gutiérrez, sino contra mi Fátima y mi Daniel, lo cual no tiene perdón ni olvido.
No puedo pedirle a la editorial que retire el libro, ni a la Suprema Corte que le retire su apoyo. Tampoco puedo pedir al público que no lo compre y no lo lea. Lo que sí puedo pedirle a la ciudadanía es que sea consciente de los contenidos que consume, a quien enriquecen y engrandecen, que intereses favorecen, y a quien perjudican. A las autoridades me gustaría pedirles mucha más sensibilidad y empatía para las miles de familias destrozadas por la violencia que azota este país, y que realmente se capaciten en materia de género y derechos humanos, para que no vuelvan a aplaudir, respaldar, o financiar proyectos como este, que solo se hacen a costa del sufrimiento, pero sin consideración alguna a quien sufre.
Personalmente creo que el otro fin que tiene este vil compendio, además de inflar egos, carreras, y carteras, es el sucio golpeteo a rivales políticos. Existen carencias en este país, existen instituciones y organizaciones que necesitan recursos, y existe gente luchando por construir un mundo mejor, “un mundo en el que quepan otros mundos”, pero quienes lo hacen honesta y desinteresadamente no usan a las víctimas y a sus familias en sus juegos maquiavélicos. Yo no tengo afiliación política alguna, y tampoco las luchas de madres de víctimas de feminicidio y desaparición formamos parte de toda esa corrupción. Nosotras queremos justicia para quienes amamos, y no es justo que nos usen para sus infamias.
Yo, Lorena Gutiérrez Rangel, no estoy maldita, y mucho menos mi hija lo está. Fuimos víctimas, junto con nuestra familia, de tres infelices que creyeron que tenían el derecho a arrebatarle la vida a mi niña. Malditos sean los tres feminicidas de Fátima. Malditos quienes les protegen y favorecen. Maldito este Estado omiso e indolente, y los gobiernos de los dos estados que no han hecho nada por mi hija e hijo asesinados. Malditas las instituciones que nos siguen re victimizando. Malditas las y los activistas que lucran con nuestros casos, con nuestro dolor. Maldito el periodismo vendido y sin perspectiva de género. Y malditos quienes nos maldicen a nosotras, las mujeres que luchamos, con sus palabras y sus actos crueles y deleznables.
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